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blog de cuentos de Alejandro Dinamarca

22.6.05

Una Fracción de Segundo

Tucho pensó que aquel no había sido un buen día: el verano pegando fuerte, la calle absolutamente desierta; los pocos que aún quedaban en Buenos Aires boqueaban frente a un ventilador, y lo que menos pensaban era cocinarse dentro de su taxi. Apenas treinta y cinco pesos con cuarenta era toda la recaudación: treinta en el bolsillo, y cinco con cuarenta en monedas.
Había decidido terminar el día con el viaje a casa de Mariano, su hijo mayor: llevaría a Luly, la menor de sus nietas, al cumpleaños de una nena que, según el despistado de Mariano, se llamaba “Vicky, Piqui o algo así”, aunque él sabía muy bien que el nombre de la amiguita de su nieta era Vicky.
—¡Qué hacés, idiota!
El Falcon se le vino encima, y si Tucho no pega el volantazo, lo hubieran tenido que sacar del asiento de atrás. Lejos de frenar, el Falcon lo corrió y se le vino una y otra vez hasta que se le puso a la par. Tucho miró hacia el otro lado para ver cómo esquivarlo, pero de la nada aparecieron más de diez autos. Tiró un cambio menos y fondeó el acelerador: el impacto fue nada más que un leve raspón en el guardabarros trasero.
El Falcon zigzagueó y se detuvo unos metros atrás.
—¡Matalo! —dijeron algunas voces.
Tucho se bajó con una pinza en la mano, lo único que encontró además de una linterna sin pilas que descartó por liviana; también la pinza le pareció poco apropiada, la arrojó hacia adentro por la ventanilla. Extrañado, se descubrió oyendo el ruido del tren. ¡Del tren! Notable lo que puede oírse con la ciudad vacía: ¡las vías estaban a más de veinte cuadras! Conciente de que había estado manejando sin parar todo el día, medio encorvado por el dolor de cintura, corrió hacia el agresor.
—¡Estás contento, pelotudo! —dijo pateándole la puerta. No hubo respuesta. Se dio cuenta de que estaban solos, otra vez solos en medio de la avenida solitaria, en medio de un páramo, en medio del silencio pavoroso que infunden los monstruos dormidos.
Los semáforos cambiaron a verde y otra vez a rojo, pero nadie se enteró: el tipo del Falcon ni salía ni ponía primera.
Tucho se agachó frente a la ventanilla para espiar el interior, pero sólo vio su propia expresión furiosa reflejada en el vidrio polarizado. Esta imagen lo congeló: no conocía su cara furiosa. Sin interlocutor visible, y sin más ruidos que el tren ahora lejano, sintió un escalofrío.
Dudó un instante… y abrió la puerta.
Adentro del Falcon se retorcía un hombre de unos sesenta años, con el pelo desordenado y blanco. Con una mano se arrancaba los botones de la camisa, y con la otra se apretaba el pecho. Igual que destellos de un flash, pasaron por la mente de Tucho las imágenes desde el primer encuentro con el auto hasta el raspón; hiló la secuencia de maniobras imprevistas y comprendió el infarto del hombre. Años atrás había decidido hacer en el centro de salud del barrio un curso de RCP y primeros auxilios: luego de “resucitar” varios muñecos a puñetazo limpio, le extendieron un certificado que jamás miró. “Vine porque me dijeron que la enfermera te enseña el boca a boca”. Pero una vez debió entablillar a un chico herido y también asistir a una parturienta que no llegó al hospital, y todo lo hizo con eficiencia de médico. “La vida es caprichosa, —decía— se te sube al taxi en una esquina cualquiera, y ahí mismo puede parir”. Tucho había llevado mil veces esa vida de urgencia, esquivando millones de demonios que le tiraban el auto encima.
Miró a su alrededor. La pesadilla en la que deambulaba por una ciudad desierta se había cumplido: sólo quedaban dos habitantes, y uno agonizaba.
Sin darse cuenta, se encontró arrastrando afuera al hombre ya inconsciente. Pudo ver algo curioso sobre los pedales: una torta de cumpleaños partida en dos. Uno de esos héroes infantiles, sin duda El Hombre Araña, se había desprendido de la decoración, y con sus brazos desbaratados yacía en la misma posición que el conductor.
Con sumo cuidado, colocó sobre el asfalto al tipo.
Su mente ahora rebuscaba los muñecos aporreados del centro de salud para que le dijeran cómo seguía la cosa.
Cuando acomodó la cabeza del moribundo, sudorosa y helada, lo reconoció, y el estupor lo dejó paralizado: no podía creer lo que estaba viendo.
Se miró las cicatrices de las muñecas.
—¡Belárdez! —gritó como si estuviera puteando.
El flash, ahora le destellaba imágenes dolorosas: chapoteos de agua, voces que le gritaban palabras incomprensibles y la picana. La picana que le había firmado la piel a fuego y que tantas noches lo despertaba en medio de una convulsión.
Cuando el Mono llegaba —años después supo que se llamaba Belárdez— todos se cuadraban. Una vez llegó en medio de una sesión, le arrebató la picana al que estaba de turno y saludó a un Tucho desnudo y moribundo hundiéndosela en la ingle.
—“buenas noches, ¿de qué vamos a hablar hoy?”
Los sonidos del horror se disiparon por un instante y el Tucho taxista se encontró de nuevo en la calle desierta sosteniendo la cabeza del infartado con ambas manos. Vio que en el bolsillo de la camisa desgarrada, le asomaba al Mono una tarjetita de cumpleaños infantil: ¡un dinosaurio con bonete!, si no fuese porque él mismo era parte del horror se hubiese reído por la paradoja.
Asoció de inmediato la tarjeta con la primera imagen que percibió cuando abrió la puerta: la torta de cumpleaños. Un torta sin ningún embalaje, casera, como acostumbraba a hacerlo su propia mujer.
Para identificar al Mono no precisaba más datos, pero en el ventarrón de ese segundo, sus ojos se cruzaron con una foto que se había caído del interior de la agenda. En ella estaba el torturador con sus nietitas, y una de ellas era Vicky: la cumpleañera.
Quien no lo conociera, vería a un abuelo feliz, con la mirada transparente, compasiva.
Comparó esa cara tierna con la de perro rabioso que él tenía grabada y recordó su propia cara furiosa reflejada sobre el vidrio negro unos segundos atrás. A la inversa de esto, él no conocía la cara compasiva de Belárdez. Por un instante tuvo la sensación de que él era el Mono, y el moribundo a sus pies, era el lánguido Tucho de aquellas épocas.
Cuántas veces se había preguntado si Vicky Belárdez, la amiguita de su Luly sería pariente del monstruo. Sabía que vivía por el mismo barrio, pero nunca se animó a averiguar: amaba tanto a su nieta, que no quería manchar ese amor con el negro pasado que lo atormentaba.
—es increíble las cosas que uno ve en una fracción de segundo.
Ese tesoro que la vida le había regalado hace cinco años, y que él consentía hasta el más mínimo capricho, iba a comer una torta de las manos del demonio. Nunca esta vida caprichosa le había mandado tantos mensajes juntos, tantos que no alcanzaba a descifrarlos.
Ahora, sosteniendo la cabeza del Mono, lo invadía una profunda repulsión. Tuvo la sensación de estar apretando mil gusanos blancos y húmedos y apartó horrorizado sus manos. La cabeza sonó contra el piso. Los muñecos aporreados presintieron el desastre y comenzaron a gritarle desesperados las maniobras de resucitación, pero sus gritos se mezclaban con los de sus compañeros muertos, los que no llegaron a tener ni hijos ni nietitas.
Volvió el flash, y esta vez para quedarse, ahora sentía sobre su piel las cachetadas del Mono, las patadas en los testículos, las bolsas en su cabeza.
—¡matalo! —decían las voces de autos invisibles que pasaban a una velocidad vertiginosa.
Tucho cerró muy fuerte un puño y lo levantó con una ira que hasta hoy desconocía.
—¿qué hacés?, ¡idiota!, le decía el muñeco aporreado tirado bajo sus rodillas.
—es increíble las cosas que uno siente en una fracción de segundo.
—buenas noches, ¿de qué vamos a hablar hoy?
Tucho apretó aún más fuerte el puño y lo descargó sin piedad. Algún hueso crujió al partirse, y la tarjetita del dinosaurio de Vicky cayó sobre el asfalto.
Mil voces comenzaron a gritar, en un tumulto callejero sin rostros.
—¿Estás contento?, ¡basura!
—¡matalo!
—¿qué hacés?, ¡idiota!
—¿de qué vamos a hablar hoy?
Ciego de furia, descargó otro y otro golpe sobre el cuerpo del Mono; luego perdió la conciencia, embriagado en esa ira acumulada durante tantos años.
Despertó con los ojos turbios. Los médicos lo apartaron y el camillero lo abrazó diciéndole:
—Hiciste un trabajo impecable, viejo. Uno de los médicos se incorporó y dijo por radio:
—preparen el quirófano tres, tenemos una angio-plastía. Luego se dirigió a los curiosos que se habían juntado y les dijo:
—está fuera de peligro, tras lo cual felicitó a Tucho con un caluroso apretón de manos.
El público lo aplaudió, palmeó y vivó como a un héroe.
Miró alrededor y no pudo comprender de dónde había salido semejante tumulto, la ambulancia abierta, la policía desviando el tránsito y la gente, la gente inundando las veredas y las plazas.
La ciudad parecía haberse reconciliado con su caos. Tucho salió por la avenida y tres brazos se alzaron en distintos tramos de la cuadra. Le paró al primero. Hoy no habría cumpleaños y sería bueno remontar esos treinta y cinco pesos con cuarenta.

Alejandro Dinamarca

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Algunas veces en la vida, los caminos, los planos , los tiempos , los sueños y el insomnio se entrecruzan y al igual que los campos magneticos , estos solo se concentran cada vez mas para dar al tucho los 30 segundos mas atemporales y paradojicos de su vida , tu cuento toca en un arrebato de teatro del absurdo y un pleito sobre la libre determinacion y el libre albedrio , el odio, el amor y el rencor como puntos geometricos en donde siempre entre dos puntos dados cabe uno mas, estos 15 segundos de fama nos dejan una estela de aturdimiento que dura hasta el final de nuestros dias por no poder procesar tanta casualidad, tanta posibilidad materializada en un punto que un instante antes parecia vacio.

Gracias por compartir tu escrito , y ya ves yo estaba buscando el significado de la palabra tucho y fue asi como llegue a tu escrito sentado frente a mi computadora a deshoras en una universidad en Cancun Mexico ,,, claro porque no. francisco Jimenez direccion

zapatatapaz@hotmail.com

Anónimo dijo...

Podemos vivir sin percibir cuál es la verdadera dimensión en donde nos movemos... ¿casualidad? ¿ignorancia? ¿indiferencia? y puede ser pero cuando se leen textos como los tuyos Alejandro tan claros y a la vez tan complejos nos damos cuenta que la vida es todo esto que relatas en tu cuentos y lo decís magistralmente. Susna Malena

SUSANA RINALDI dijo...

POLIFACÉTICO !!!

MÚSICO, ESCRITOR, FOTÓGRAFO Y QUE MÁS ???

RECIBÍ TU TRABAJO SOBRE
"LA PLATA AHUMADA" POR INTERMEDIO DE MARIA CRISTINA DE TENERIFE Y ME PARECIÓ EXCELENTE, TANTO POR LAS FOTOGRAFÍAS, COMO POR LOS LUGARES VISTOS (O NO !!). ES RAZONABLE QUE HAYA TENIDO TAN BUENA REPERCUSIÓN.
ESPERO QUE EL HUMO NO SE REPITA, PERO SI LOS ÉXITOS Y MUCHOS, PUES TU HERMOSA CIUDAD, SE MERECE SER VISTA CON MEJORES GALAS.
JORGE

 

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